Nuestro hasta ahora
eterno continente de las posibilidades, de las promesas, de los inmensos
recursos naturales, de las continuas expectativas de una mejor vida y un
esperanzador futuro, parece tener una nueva oportunidad. Anclado, sin embargo,
en una especie de círculo vicioso de un paso hacia adelante y dos para atrás,
no termina de dar reales señales de poder arrancar de una vez por todas hacia
un desarrollo integral, constante e íntimamente ligado con tantas ofertas
creadas. Ahora se abren nuevas y renovadas opciones de evolución. ¿Será la
blockchain, junto a novedosas alternativas digitales, la que termine de empujar
a América Latina por el sendero del progreso?
Para poder colocar las
cosas en su contexto, debemos primero hablar de realidades que pueden molestar,
pero que están allí y con ignorarlas no van a desaparecer. Un reciente dato
sirve para confirmar que definitivamente no todo lo que brilla es oro y que, si
no averiguamos bien el detalle, caeríamos en las mismas equivocaciones de
siempre. Muchos reflejan los niveles récord de transacciones con criptomonedas,
mayoritariamente Bitcoin, que se vienen realizando en nuestra región desde hace
unos tres años, relacionando esto con su uso y adopción masiva de forma
indiscriminada. Craso error.
Esto verdaderamente
tiene dos vertientes principales. Por un lado, un pequeño sector más informado,
educado y con acceso a los sistemas financieros tradicionales ha buscado
refugio en las criptos. Nuestras economías, plagadas de gobiernos populistas y
autocráticos que manejan las finanzas de sus Estados como haciendas propias,
originan ciclos permanentes de inflación y pérdida de valor monetario, lo que
ha empujado a este grupo a buscar protección en las criptos por un lado, pero
también como puente hacia divisas fuertes. Otros, desde posiciones de poder en
gobiernos de turno, procuran mover sus dineros provenientes de la corrupción
por este medio. Ingentes fortunas mal habidas intentan eludir controles y salir
ilesas de sus fechorías nacionales, y estas constituyen cantidades bastante
apreciables. Así pues, las transacciones no suponen un buen indicador para
ilustrar una supuesta aceptación y masificación de las criptomonedas en la
región, pues aún nos encontramos muy lejos de esa zona.
América Latina tiene
unos 22 millones de kilómetros cuadrados de extensión, un 14% de la superficie
emergida del planeta, una variedad de climas y una fauna que todavía sorprende
y fascina. Aquí convivimos unas 626 millones de almas concentradas en 29
fronteras físicas con una riqueza étnica, cultural, lingüística y humana que
supera cualquier número estadístico. Por algo una vez se le llamó el Mundo
Nuevo.
Ahora, las últimas
estimaciones hablan de más de 200 millones de latinoamericanos sin acceso real
a servicios bancarios. Adicionalmente, los bancarizados, en una buena
proporción, solo tienen derecho a productos básicos. Más que clientes,
realmente son usuarios de un sistema por medio del cual sus gobiernos les pagan
sus sueldos y salarios, y sus operaciones se limitan a uno o dos depósitos
mensuales y al pago de compras mediante tarjetas de débito. El aprovechamiento
e incorporación masiva de estos dos grupos mayoritarios a métodos no
tradicionales constituye parte del reto que tiene por delante la región.
Tenemos claro que la
blockchain supone mucho más que un vehículo de especulación financiera, pero
resulta fundamental para poder avanzar en esta primera etapa, aún liderada por
las plataformas financieras tradicionales. Hoy las criptomonedas se muestran
totalmente dependientes del sistema monetario actual. Los casos recientes de
Brasil y Chile así nos los recuerdan: los proyectos chilenos han visto cómo
prácticamente los liquidan con tan solo cerrarles las cuentas a las casas de
cambio de criptos. Esto también nos muestra otro aspecto de este mapa: las
contradicciones y excluyentes posiciones, en algunos casos, que tienen dentro
de un mismo gobierno los poderes nacionales.
Nuestros países sufren
una fragilidad institucional endémica: lo que aprueba un gobierno determinado
en una época definida no obligatoriamente tiene duración y permanencia en el
tiempo. Esto no es Europa, ni Asia, tampoco Estados Unidos ni Canadá. El tema
de las regulaciones toma un nivel totalmente diferente en nuestros países: las
garantías de respeto de acciones y decisiones legales, incluso
constitucionales, realizadas en un momento determinado no serían de obligatorio
cumplimiento si llegase al poder uno de tantos mesías que se saltan de un solo
plumazo todo el entramado legal de un país.
Venezuela, por si
quedan dudas o creen que exagero, es un caso en extremo idóneo para lo que
hablamos, pero Bolivia, Ecuador o Argentina tampoco se quedan muy atrás que
digamos. Los venezolanos hemos vivido en carne propia cómo, más allá del origen
legal de un gobierno, este ha realizado cambios en la estructura del Estado y
de la sociedad, en total contradicción con la Constitución vigente, saltándose
todo el estamento legal y sin respuesta adecuada por parte de las
instituciones, que se supone están allí para defender la constitucionalidad del
país. Así, los retos de los latinoamericanos por avanzar en esta evolución de
la blockchain y las criptomonedas cuentan con un agregado poderoso en su
contra, y es que lo que haga un gobierno hoy en términos de regulación no será
obligatoriamente respetado en el futuro.
Específicamente,
Ecuador y Bolivia prohíben las criptomonedas de manera taxativa. En Brasil,
quienes dirigen la política monetaria se muestran totalmente contrarios. Desde
fuera, da la sensación de que en Venezuela existe una acogida oficial pero la
realidad es otra. Impulsada por la necesidad de buscar de alguna manera
ingresos en divisas fuertes, existe una especie de aceptación de las criptos,
pero no hay un marco legal real y los decretos emitidos provienen de un órgano
cuya legalidad resulta nula de toda nulidad. El resto de América Latina se
mueve en un espectro gris: algunos se acercan mucho más al negro y otros
permanecen en un limbo de no ver y no actuar, un juego de dejar pasar las cosas
hasta algún tipo de límite imaginario que solo ellos conocen. Allí se practica
una especie de «lo que no está específicamente prohibido por una ley, está
permitido».
Así, vemos cómo en
Panamá, República Dominicana y México se concentran la mayoría de los cajeros
automáticos de la región. Otros países, como Colombia, Argentina, el propio
Chile, Costa Rica, incluso Cuba y Nicaragua, permiten las operaciones y
transacciones con criptomonedas, por lo que transitan por un aparente carril de
dejar pasar y dejar ver, una zona que actúa como un semáforo en ámbar que puede
bajar o puede subir.
En todo este escenario,
México, con su reciente Ley Fintech, parece dar un paso adelante. Más allá de
cualquier consideración, se trata de una acción audaz y un paso que debemos
aprovechar. Si revisamos los proyectos que se han puesto en marcha en la
región, la inmensa mayoría pretenden convertirse en «monedas», lo que ya de
entrada las limita a sus propios países, donde incluso su tarea no ha sido
adecuada, pues si pretendes convertirte en valor de intercambio, debes ser
aceptado como tal en cada vez más comercios, cosa que no sucede. Parecen pensar
que por arte de magia la gente adoptará su uso por el solo hecho de ser
criptomonedas. Tan solo Pura de Costa Rica, Agrocoin de México, Gemera de
Colombia, Utemis y la gente de Primus, que procura convertirse en una gran
incubadora de startups y emprendimientos regionales, intentan salirse del
esquema y apuntan hacia proyectos de mayor impacto social y económico. De la supuesta
criptomoneda Petro, que hasta hoy no tiene
ni siquiera definida su blockchain, no vale la pena hablar, a no ser que lo
hagamos para generar polémica y discusiones estériles.
Un reciente informe de
la CELAG nos dice que un 20% de las cinco mil empresas más importantes de
América Latina estiman usar la blockchain para el año 2021. Si bien se trata de
un dato importante, en lo particular creo que supone un agregado que no tendrá
mayor impacto si no se realizan las verdaderas tareas que tenemos por delante
para impulsar la cadena de bloques en la región. Los críticos y escépticos de
la tecnología se desdicen de esta por estar supuestamente sobrevalorada y
porque, de acuerdo a los CIOs empresariales, apenas un 1% la han adoptado y
solo el 8% tienen algún plan con ella. Su lógica comercial no les permite ver
que lo revolucionario de la blockchain no está en que las actuales empresas la
usen, sino que su fuerza real se encuentra en el gigantesco impulso de nuevas
asociaciones económicas que cada día salen al ruedo procurándose un espacio de
primera línea en las nuevas relaciones económicas por venir. No es en lo que
existe sino en lo que se está creando donde reside el verdadero poder de la
blockchain.
La disrupción de esta
tecnología recae en el poder que tienen las propias comunidades para
construirla y realizar cambios por sí mismas. No necesitamos locales centrales,
ni sede matriz: todo lo podemos hacer de manera descentralizada y distribuida,
y aquí radica la verdadera fuerza para nosotros. La región cuenta con enormes
recursos humanos disponibles para el desarrollo de una inmensa lista de
proyectos, y por primera vez el tema de los costos y la inversión no constituye
una barrera insalvable. La capacitación y el esfuerzo personal y colectivo,
junto con una decidida toma de decisiones, son los ingredientes principales
para poder avanzar con fuerzas.
En definitiva, para
lograr conquistar espacios de progreso en la región, debemos ir mucho más allá
que los gobiernos de turno. Para que la blockchain pueda escalar en América
Latina, son los actores privados quienes deben tomar la batuta. Los centros de
estudios, las instituciones sociales, las empresas, los comercios y las propias
comunidades tienen esa tarea, y mirar hacia los lados simplemente nos hará
quedarnos de nuevo detrás del tren del futuro.
Ciertamente, algunos
osados han dado pasos intentando educar, formar e informar en los últimos
meses, pero en realidad estas buenas acciones han sido particulares,
disgregadas y con demasiado protagonismo. Cuando se atraviesa una situación tan
atípica como la que vivimos en nuestra región, los actores que intentan
procurar el cambio deben dejar de verdad a un lado posiciones e intereses
personales, lo cual no significa apartarse de sus propuestas e ideas, sino
confluir en acciones comunes para lograr un objetivo compartido. Queda mucha
tela por cortar para la blockchain en América Latina. Todos debemos trabajar
con el objetivo de agrupar las mayores fuerzas posibles para impulsar la
evolución hacia una nueva economía y unas provechosas relaciones como sociedad
e individuos.
Publicado originalmente en AgoraChain Magazine 6