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La blockchain y América Latina.

viernes, 22 de junio de 2018

                                                   Photo by Jeremy Perkins on Unsplash


Nuestro hasta ahora eterno continente de las posibilidades, de las promesas, de los inmensos recursos naturales, de las continuas expectativas de una mejor vida y un esperanzador futuro, parece tener una nueva oportunidad. Anclado, sin embargo, en una especie de círculo vicioso de un paso hacia adelante y dos para atrás, no termina de dar reales señales de poder arrancar de una vez por todas hacia un desarrollo integral, constante e íntimamente ligado con tantas ofertas creadas. Ahora se abren nuevas y renovadas opciones de evolución. ¿Será la blockchain, junto a novedosas alternativas digitales, la que termine de empujar a América Latina por el sendero del progreso?

Para poder colocar las cosas en su contexto, debemos primero hablar de realidades que pueden molestar, pero que están allí y con ignorarlas no van a desaparecer. Un reciente dato sirve para confirmar que definitivamente no todo lo que brilla es oro y que, si no averiguamos bien el detalle, caeríamos en las mismas equivocaciones de siempre. Muchos reflejan los niveles récord de transacciones con criptomonedas, mayoritariamente Bitcoin, que se vienen realizando en nuestra región desde hace unos tres años, relacionando esto con su uso y adopción masiva de forma indiscriminada. Craso error.

Esto verdaderamente tiene dos vertientes principales. Por un lado, un pequeño sector más informado, educado y con acceso a los sistemas financieros tradicionales ha buscado refugio en las criptos. Nuestras economías, plagadas de gobiernos populistas y autocráticos que manejan las finanzas de sus Estados como haciendas propias, originan ciclos permanentes de inflación y pérdida de valor monetario, lo que ha empujado a este grupo a buscar protección en las criptos por un lado, pero también como puente hacia divisas fuertes. Otros, desde posiciones de poder en gobiernos de turno, procuran mover sus dineros provenientes de la corrupción por este medio. Ingentes fortunas mal habidas intentan eludir controles y salir ilesas de sus fechorías nacionales, y estas constituyen cantidades bastante apreciables. Así pues, las transacciones no suponen un buen indicador para ilustrar una supuesta aceptación y masificación de las criptomonedas en la región, pues aún nos encontramos muy lejos de esa zona.

América Latina tiene unos 22 millones de kilómetros cuadrados de extensión, un 14% de la superficie emergida del planeta, una variedad de climas y una fauna que todavía sorprende y fascina. Aquí convivimos unas 626 millones de almas concentradas en 29 fronteras físicas con una riqueza étnica, cultural, lingüística y humana que supera cualquier número estadístico. Por algo una vez se le llamó el Mundo Nuevo.

Ahora, las últimas estimaciones hablan de más de 200 millones de latinoamericanos sin acceso real a servicios bancarios. Adicionalmente, los bancarizados, en una buena proporción, solo tienen derecho a productos básicos. Más que clientes, realmente son usuarios de un sistema por medio del cual sus gobiernos les pagan sus sueldos y salarios, y sus operaciones se limitan a uno o dos depósitos mensuales y al pago de compras mediante tarjetas de débito. El aprovechamiento e incorporación masiva de estos dos grupos mayoritarios a métodos no tradicionales constituye parte del reto que tiene por delante la región. 

Tenemos claro que la blockchain supone mucho más que un vehículo de especulación financiera, pero resulta fundamental para poder avanzar en esta primera etapa, aún liderada por las plataformas financieras tradicionales. Hoy las criptomonedas se muestran totalmente dependientes del sistema monetario actual. Los casos recientes de Brasil y Chile así nos los recuerdan: los proyectos chilenos han visto cómo prácticamente los liquidan con tan solo cerrarles las cuentas a las casas de cambio de criptos. Esto también nos muestra otro aspecto de este mapa: las contradicciones y excluyentes posiciones, en algunos casos, que tienen dentro de un mismo gobierno los poderes nacionales.

Nuestros países sufren una fragilidad institucional endémica: lo que aprueba un gobierno determinado en una época definida no obligatoriamente tiene duración y permanencia en el tiempo. Esto no es Europa, ni Asia, tampoco Estados Unidos ni Canadá. El tema de las regulaciones toma un nivel totalmente diferente en nuestros países: las garantías de respeto de acciones y decisiones legales, incluso constitucionales, realizadas en un momento determinado no serían de obligatorio cumplimiento si llegase al poder uno de tantos mesías que se saltan de un solo plumazo todo el entramado legal de un país.

Venezuela, por si quedan dudas o creen que exagero, es un caso en extremo idóneo para lo que hablamos, pero Bolivia, Ecuador o Argentina tampoco se quedan muy atrás que digamos. Los venezolanos hemos vivido en carne propia cómo, más allá del origen legal de un gobierno, este ha realizado cambios en la estructura del Estado y de la sociedad, en total contradicción con la Constitución vigente, saltándose todo el estamento legal y sin respuesta adecuada por parte de las instituciones, que se supone están allí para defender la constitucionalidad del país. Así, los retos de los latinoamericanos por avanzar en esta evolución de la blockchain y las criptomonedas cuentan con un agregado poderoso en su contra, y es que lo que haga un gobierno hoy en términos de regulación no será obligatoriamente respetado en el futuro. 

Específicamente, Ecuador y Bolivia prohíben las criptomonedas de manera taxativa. En Brasil, quienes dirigen la política monetaria se muestran totalmente contrarios. Desde fuera, da la sensación de que en Venezuela existe una acogida oficial pero la realidad es otra. Impulsada por la necesidad de buscar de alguna manera ingresos en divisas fuertes, existe una especie de aceptación de las criptos, pero no hay un marco legal real y los decretos emitidos provienen de un órgano cuya legalidad resulta nula de toda nulidad. El resto de América Latina se mueve en un espectro gris: algunos se acercan mucho más al negro y otros permanecen en un limbo de no ver y no actuar, un juego de dejar pasar las cosas hasta algún tipo de límite imaginario que solo ellos conocen. Allí se practica una especie de «lo que no está específicamente prohibido por una ley, está permitido».

Así, vemos cómo en Panamá, República Dominicana y México se concentran la mayoría de los cajeros automáticos de la región. Otros países, como Colombia, Argentina, el propio Chile, Costa Rica, incluso Cuba y Nicaragua, permiten las operaciones y transacciones con criptomonedas, por lo que transitan por un aparente carril de dejar pasar y dejar ver, una zona que actúa como un semáforo en ámbar que puede bajar o puede subir. 

En todo este escenario, México, con su reciente Ley Fintech, parece dar un paso adelante. Más allá de cualquier consideración, se trata de una acción audaz y un paso que debemos aprovechar. Si revisamos los proyectos que se han puesto en marcha en la región, la inmensa mayoría pretenden convertirse en «monedas», lo que ya de entrada las limita a sus propios países, donde incluso su tarea no ha sido adecuada, pues si pretendes convertirte en valor de intercambio, debes ser aceptado como tal en cada vez más comercios, cosa que no sucede. Parecen pensar que por arte de magia la gente adoptará su uso por el solo hecho de ser criptomonedas. Tan solo Pura de Costa Rica, Agrocoin de México, Gemera de Colombia, Utemis y la gente de Primus, que procura convertirse en una gran incubadora de startups y emprendimientos regionales, intentan salirse del esquema y apuntan hacia proyectos de mayor impacto social y económico. De la supuesta criptomoneda  Petro, que hasta hoy no tiene ni siquiera definida su blockchain, no vale la pena hablar, a no ser que lo hagamos para generar polémica y discusiones estériles.

Un reciente informe de la CELAG nos dice que un 20% de las cinco mil empresas más importantes de América Latina estiman usar la blockchain para el año 2021. Si bien se trata de un dato importante, en lo particular creo que supone un agregado que no tendrá mayor impacto si no se realizan las verdaderas tareas que tenemos por delante para impulsar la cadena de bloques en la región. Los críticos y escépticos de la tecnología se desdicen de esta por estar supuestamente sobrevalorada y porque, de acuerdo a los CIOs empresariales, apenas un 1% la han adoptado y solo el 8% tienen algún plan con ella. Su lógica comercial no les permite ver que lo revolucionario de la blockchain no está en que las actuales empresas la usen, sino que su fuerza real se encuentra en el gigantesco impulso de nuevas asociaciones económicas que cada día salen al ruedo procurándose un espacio de primera línea en las nuevas relaciones económicas por venir. No es en lo que existe sino en lo que se está creando donde reside el verdadero poder de la blockchain. 

La disrupción de esta tecnología recae en el poder que tienen las propias comunidades para construirla y realizar cambios por sí mismas. No necesitamos locales centrales, ni sede matriz: todo lo podemos hacer de manera descentralizada y distribuida, y aquí radica la verdadera fuerza para nosotros. La región cuenta con enormes recursos humanos disponibles para el desarrollo de una inmensa lista de proyectos, y por primera vez el tema de los costos y la inversión no constituye una barrera insalvable. La capacitación y el esfuerzo personal y colectivo, junto con una decidida toma de decisiones, son los ingredientes principales para poder avanzar con fuerzas. 

En definitiva, para lograr conquistar espacios de progreso en la región, debemos ir mucho más allá que los gobiernos de turno. Para que la blockchain pueda escalar en América Latina, son los actores privados quienes deben tomar la batuta. Los centros de estudios, las instituciones sociales, las empresas, los comercios y las propias comunidades tienen esa tarea, y mirar hacia los lados simplemente nos hará quedarnos de nuevo detrás del tren del futuro.

Ciertamente, algunos osados han dado pasos intentando educar, formar e informar en los últimos meses, pero en realidad estas buenas acciones han sido particulares, disgregadas y con demasiado protagonismo. Cuando se atraviesa una situación tan atípica como la que vivimos en nuestra región, los actores que intentan procurar el cambio deben dejar de verdad a un lado posiciones e intereses personales, lo cual no significa apartarse de sus propuestas e ideas, sino confluir en acciones comunes para lograr un objetivo compartido. Queda mucha tela por cortar para la blockchain en América Latina. Todos debemos trabajar con el objetivo de agrupar las mayores fuerzas posibles para impulsar la evolución hacia una nueva economía y unas provechosas relaciones como sociedad e individuos. 

Publicado originalmente en AgoraChain Magazine 6 

 
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