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Venezuela "Compartir comida en vez de útiles: La solidaridad en las escuelas se crece ante la crisis"

lunes, 6 de marzo de 2017



Para el regreso a clases en enero de 2017, a los niños del colegio Luisa Cáceres de Arismendi, en Valencia, no les pidieron que trajeran la tarea ni nuevos útiles escolares. Verduras fue lo único que solicitaron las maestras para organizar una olla solidaria y garantizar a los estudiantes al menos una comida al día. Antes, a cada salón le asignaban traer algo para el caldo: pimentón, papa, zanahoria. Ya no es así. Ahora cada quien lleva lo que haya en su casa.

Los dolores de cabeza, de barriga y los desmayos que padecieron los estudiantes durante 2016 llevaron el colegio a actuar frente a la crisis. Desde el 30 de enero, el plantel de Fe y Alegría en Valencia organiza cada lunes la sopa que los niños comerán los siguientes tres días. Los otros dos, jueves y viernes, la comunidad educativa recibe alimentos provenientes de la Gobernación de Carabobo.

“Hay muchachos que no pueden nada traer porque no tienen nada en su casa”, apuntó María Victoria Bellera, directora del colegio. Sin embargo, quién puso y quién no tampoco importa mucho para los comensales: entre todos —padres, representantes, alumnos, maestros, directores y obreros— hacen que la crisis se sienta con menor fuerza en los estómagos.

Todos contra el hambre

El colegio Luisa Cáceres de Arismendi no es el único plantel que tiene solidaridad de sobra para plantarse ante la escasez y el desabastecimiento. El colegio de Fe y Alegría en Las Mayas, en Caracas, también se las arregló con un comedor para darles alimentos a 60 alumnos que pasan hambre en casa. La semana pasada, llovieron las razones para celebrar la iniciativa: Camila, una pequeña de seis años y baja de peso, logró subir dos kilos.

A pesar de ser una contingencia, el programa llamado Alimenta la Solidaridad está lejos de ser una improvisación ante la crisis. El Centro de Atención Nutricional Infantil Antímano (Cania) lleva seguimiento del peso y la talla de algunos niños y diseñó el menú para garantizar que los pequeños reciban una comida balanceada.

El pasado jueves, 2 de marzo, Wilmer almorzó un plato de pasta con carne molida gracias al programa. Lo único que tuvo el niño de 4to grado para el desayuno fue un pan solo. Ni diablito ni jamón ni queso para untar había en su casa para rellenarlo.

Una arepa sin relleno e, incluso, un pedazo de yuca o de plátano es lo único que llena los estómagos de muchos niños. Sin embargo, en el comedor solidario no solo los chiquitos comen, sino que las mismas mamás son quienes ayudan en la preparación de la comida y en la limpieza de los espacios. La señora Cándida, quien atiende la cantina de la escuela desde las 6:00 am hasta las 5:00 pm, cedió su cocina para que pudieran hacer los almuerzos.




Escuchar que la secretaria de un colegio se quedó sin comer para darle el desayuno a un alumno o que un niño le trajo a otro una arepa para que no pasara hambre son historias que se escuchan todos los días en los colegios de Fe y Alegría. Sin embargo, los más pequeños no son los únicos que han recibido una porción solidaria en medio de la crisis.

“El otro día una de las obreras preparó una sopa con unos huesitos que tenía e invitó a comer a dos más”, contó a Efecto Cocuyo María Bracamonte, directora del colegio en Las Mayas. “Chepina”, como le dicen de cariño a una de las encargadas de la limpieza en el plantel, sabe que el apoyo de la comunidad educativa la ha ayudado a sortear el hambre más de una vez.

“Una vez, una de las señoras que cocina me regaló una arepa porque yo no había comido. Le dije que iba a llamar a mis hijos para que se la comieran ellos, pero al final me dio cuatro: tres para ellos y una para mí”, recuerda agradecida.

Los educadores también se apoyan mutuamente y saben que lo que ganan les sirve de poco al momento de ir a un supermercado. Es por eso que los almuerzos y desayunos se han convertido en un compartir en las salas de profesores.

La solidaridad se hizo aún más fuerte en el mes de febrero en el colegio de Las Mayas, luego de que una de maestra con cáncer volviera a someterse a una quimioterapia. “Organizamos una rifa para ayudarla a pagar el tratamiento. Cada profesor puso algo para armar una cesta de comida, que es el premio. Todos han puesto algo que tienen en casa, caraotas o un paquete de Harina PAN. Algunos incluso han sacado de lo que les llega en la bolsa del Clap para ayudar”, contó Bracamonte.

Corotos y sopa

La sopa también es el “resuelve” para los jóvenes que estudian el bachillerato en la unidad educativa San José Obrero, en Catia. Con un “sopazo” realizado con el apoyo de la organización social Caracas Mi Convive, el colegio ofrece a 60 alumnos al menos una comida al día para luchar contra el hambre.

El director del colegio, Rafael Peña, contó a Efecto Cocuyo que los “corotazos” también benefician al plantel al momento de generar ingresos al colegio y a las familias. “Hicimos una venta de corotos para ayudar a la gente a tener algo de dinero de cara al 24 de diciembre”, explicó. Lo que percibió el centro educativo por la actividad fue destinado a la compra de alimentos.

El hambre es un problema serio para el colegio. Según Peña, la inasistencia ronda en 30%, por eso no solo los maestros, sino los mismos papás se han abocado a la búsqueda de una solución para aplacar crisis.

“El año pasado conocimos la realidad que viven los muchachos y los profesores. Y uno ve con satisfacción cómo nos solidarizamos todos”, aseguró Peña. “Todas son experiencias y esto también pasará. El colegio solo no puede dar respuesta y Fe y Alegría, históricamente, siempre ha buscado la forma de dar soluciones a estas realidades”.

Publicado en: Efecto Cocuyo

 
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