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#Venezuela "Aguantar la pela de la dieta de Maduro"

lunes, 18 de julio de 2016


La arepa, histórico alimento vertebral del venezolano, ha desaparecido del menú patriota. Solo los muy prevenidos se habían forrado de harina de maíz avizorando la crisis actual o los muy afortunados aún la consiguen a través de caminos siniestros, atajos para su adquisición y con la esperanza de disfrutarla en el plato. “La paca” se cotiza entre 40 y 42 mil bolívares, según precio de bachaquero esta semana. Es decir, cada paquete entre 2000 y 2100, que es casualmente el monto que se cancelaba por la misma manga de 20 paquetes a comienzos de año. El arroz aparece en ocasiones muy espaciadas, en mesas más privilegiadas y prevenidas. Azúcar, harinas, mantequilla y aceite solo se adquieren vía bachaquero o luego de inevitables colas.

El pan se hace esperar al pie de las panaderías. No bien sale de hornos, en raciones breves y desde hace mucho no vistas —el de a locha y el francés han retornado a la venta—, vuela para resolver una merienda o una cena, pero esta suerte no ocurre siempre. El de molde en cualquier versión, ausente. La revolución bolivariana ha cumplido la máxima cristiana con rigor: “no solo de pan vive el hombre”. Carnes, pescado y granos aumentaron exageradamente, con precios para sultanes.

El precio de la carne de res de primera, para la última semana de mayo fue de 4800 Bf. Los huevos siguen como la opción proteínica más estable, por los momentos. Aunque bien cabe destacar la escalada que rompió récord: de 420 bolívares desde diciembre de 2015 a 3200 en esta última semana de julio, lejos de toda regulación. La pasta, cuando se deja ver, es solo a precios de lujo.

Lo cierto es que el venezolano ha cambiado su patrón de alimentación desde hace un par de años. En la calle, medio en guasa, medio en reclamo, la llaman “La dieta Maduro”. Es ovo-vegetariana. Prevalecen los carbohidratos complejos: plátanos, batata, yuca, plétora de frutas y vegetales en temporada y hojas para ensalada. Consumo casual de sardinas. Prohibidos los carbohidratos simples y proteínas. Vetado el chocolate. “La Dieta Maduro” es bufa y convulsiva como él, a algunos adelgaza o otros no, un día dice amor y el otro, patria y muerte. ¿Vencerá?

Desde mediados de 2015 comenzó a sentirse y a partir de este 2016, la escasez es a todo nivel. El Instituto Nacional de Estadística (INE) no ha actualizado su informe semestral desde el primer semestre de 2014 en cuanto al seguimiento del consumo de alimentos —por Dios santo, no puede tenerse todo al día. Pero como entre cielo y tierra está Wikipedia; con solo teclear “Escasez en Venezuela”, una entrada casi inmaculada como para un futuro texto de historia, una no censurada, se puede obtener la siguiente información: “En febrero de 2015, hubo una tasa de escasez de entre el 80-90% de leche (en polvo y líquida), margarina, mantequilla, azúcar, carne de res, pollo, pasta, queso, harina de maíz, harina de trigo, aceite, arroz, café (…) Para noviembre de 2015, de los 58 productos presentes en la canasta básica familiar alimentaria, 21 presentaron problemas de escasez. Adicional a la escasez, para septiembre de 2015, los venezolanos necesitaron 13,1 salarios mínimos por mes para adquirir una canasta básica familiar alimentaria”.

A pesar de que no falte un euro gourmet con noticias que no representan a un grueso de un pueblo en aprietos, las cifras del 2016 se van de los bolsillos, no se ven, no se comen, no se cobran en las quincenas, se sufren, se echan de menos.

Casualidad o arca comunal

La crisis en estos últimos picos permite observar con frecuencia fenómenos inusitados en los precios, dignos de banner de Wall Street. Durante la semana del 11 al 17 de julio se detectó: uno, el precio del aceite de oliva de 500 ml es 1500 bolívares más caro que el vegetal adquirido en bachaquero, o sea: 3500 el vegetal; dos, un brazo gitano completico, de pe a pa, adquirido en la conocida y ubicua pastelería Danubio cuesta aproximadamente tres veces más —Bs 3600— de lo que cuesta un trozo de pizza, 1100, en el mismo establecimiento, ¡ y ojalá no lo aumenten!; tres, medio kilo de papelón en polvo se encuentra al mismo precio que una caja de endulzante Dulzero, Bs 2700; cuatro, un salario de una empleada doméstica en una casa alcanza para pasaje ida y vuelta y un paquete de harina pan “bachaqueado”.

Otros desequilibrios ocurren en otras plazas. Mientras una familia clase media almuerza cotufas o cena dos sopas de sobre, una exhibición gastronómica a medio trapo se desarrolló en la plaza Altamira. Sin ánimos de aguarle a nadie su bonche epicúreo o su actitud de imperturbable nirvana, la situación de escasez es alarmante y quizás unos gramos de congruencia con el momento histórico no sobran para infundirle más seriedad a este drama de alimentación.

Aguantando la pela

“La maracucha”, vendedora de loterías en el mercado de los sábado de Boleíta Norte, siempre servicial y atenta a todas las preguntas, ha adelgazado. “Unos ocho kilos”, dice ella. “Yo como si hay comida y real, y cuando me regalan.” Las lycras aún la hacen ver turgente, pero sus colegas de mercado de calle advierten que sus carnes se han escurrido. Ahora vende café a cien bolos el dedal con un “pelín de canela, pa’ que regresen”.

Jesús, padre de familia, constructor y sin mucho trabajo en estos momentos, confiesa haber perdido diez kilos desde que comenzó el año. “Yo como una vez al día, señora, prefiero que mis hijos y mi señora coman antes que yo. Y Manuel, el dueño del puesto de verduras y frutas, al final siempre nos regala mucho de lo que queda”. Como todo barbarazo que se respete, añora su nutrición de años pasados: “Le picaba salchichas al arroz. Todo con mortadela y con choricito y siempre mis arepitas de chicharrón”.

Berta, secretaria en un plantel educativo en Los Chorros, cambió las arepas tradicionales por arepas de batata, yuca y plátano verde. “Las de plátano verde, muy ricas. Mira: hierves los plátanos, haces un licuadito de ají dulce, ajo, cebollín, sal y pimienta y haces tus arepas horneadas. Un hit”.

Rastrillo guisado con yuca o con batata, es lo que come Zuly, quien trabaja como empleada de mantenimiento en el mismo colegio de Berta, “Las cenas y los fines de semana son rudos porque a mí me dan los almuerzos en el trabajo, pero a punta de rastrillo voy llevándola. Yo he adelgazado un poco, y me siento bien, pero es que el rastrillo es bueno para todo”. Sigue para revelar, “¿no sabes qué es rastrillo?, pata e´ pollo, chica”. Supersticiosa y controladora, finalizó: “Pero yo misma lo pelo y lo guiso. No permito que nadie me cocine patas de pollo”.

La naturaleza del gentilicio roba siempre una sonrisa en los momentos de mayor nerviosismo y pesadumbre. Un grupo en Facebook reúne miembros y recetas bajo el nombre “Aguantando la pela, peripecias, tips y soluciones alimenticias”. Si bien muchas recetas son inalcanzables en estos momentos, pues requieren harinas, azúcar y leche, algunas son tan originales como inconcebibles. Revisar las actualizaciones de la página hace largar ríos de babas que se bifurcan. No hay espuma de chef catalán ni elaboración rimbombante, pero sí Cheeze Whiz casero y “carne mechada vegana”, esta última hecha con conchas de plátano, dentro de las peripecias más llamativas. A continuación:

La receta de carne mechada remite a las historias que refieren la preparación de la proteína o el “picadillo del gobierno” que se vende bajo el nombre de carne o pollo en Cuba. La crónica del periodista Patrick Symmes, en el portal Letras Libres, Treinta días viviendo como un cubano, especifica sus encuentros con este compuesto cárnico cuando realizó el ejercicio en 2011: “Sirvió un poco de proteína, un puré gris que tomé por picadillo del gobierno porque sabía a soya y pedazos de algo que en el pasado había sido un animal. Era carne de pavo ‘separada mecánicamente’ de Cargill, en Estados Unidos, parte de cientos de millones de dólares en productos agrícolas vendidos a Cuba cada año bajo una exención del embargo”. Gran serendipia culinaria y bendita alquimia que Venezuela vaya abriendo su caminito en la tan restregada soberanía alimentaria y que los gloriosos plátanos patrios hagan las veces de la vernácula carne mechada.

Las mascotas llevan un ayuno macabro. Si en la página de AVISA, Asociación Venezolana de la Industria de Salud Animal, se escribe el tag “escasez”, se entra en el apocalipsis animal. Según uno de los artículos del portal, del 10 de Agosto de 2015, la distribución de alimentos para animales cayó en un 70%. “De seis marcas comerciales de comida para perros y gatos que recibía, ahora solo logra el despacho de dos. Según los distribuidores, el problema se debe a las fallas en materia prima para producir el alimento, sobre todo en vitaminas”. Los animales acostumbrados a mezclas de patas de pollo, vísceras, pellejos, auyama, ramas de brocoli y arroz partido, sufren exactamente la misma escasez e inestabilidad que los dueños: una semana hay patas de pollo y arroz, otras no. Unos meses hay avena —un buen sustituto para el arroz—, otros no.

Ni dulces ni tortas

Tortas y postres por encargo se hacen, pero es más probable que llegue Zapatero a Venezuela, por cuarta vez este año, antes de que los ingredientes estén ubicados y comprados. Karina Pugh, panadera, cocinera, pastelera y estudiante de Psicología en la Universidad Central de Venezuela (UCV), cuenta que “la mantequilla, harinas y azúcar es la materia prima más comprometida”.

“Bueno, el cambio es dramático, doloroso para mí, que amo a la comida y que solía tener una variedad de cosas ricas en mi casa, quesitos, especias, arroz arborio, y que ahora han desaparecido de mi vida. Pero esa es la parte menos trágica, lo peor es rechazar pedidos por falta de materia prima, o aceptarlos y quedar muy insatisfecha porque, siempre hice tortas con mantequilla —y las cobraba a precio de mantequilla— y ahora debo hacerlas con margarina. De pésima calidad. Y aunque me esmero en compensarlo, con conchas de limón y una buena vainilla, esas son cosas que no se disimulan. Como acto de rebeldía y de resistencia, invento baños de torta alternativos, me he hecho experta en la sustitución: mantequilla por aceite —cuando lo consigo— por ejemplo. Antes, usaba para bañar las tortas ganache ahora he descubierto el glacage, una cubierta brillosa con cacao en polvo, leche y gelatina, a los comensales les encanta y yo logro bonitas terminaciones”.

Ana, empleada doméstica, confiesa que ha dejado de comer chocolates. “Mi favorito es el Cri- Cri pero son 1500 bolos, más pasaje, figúrese, me quedo con 200 para todo el día. Ya la Susy la venden en 800 en la Redoma de Petare”.

Nirvana en neveras

Muchos han adelgazado con esta “Dieta de Maduro”, pero otros no, aunque tampoco han ganado peso, bien sea por el desorden en las comidas o por el estado de zozobra que genera tener la nevera vacía y el poco dinero.

Karina no ha adelgazado. A la pregunta de por qué al no disponer de un saldo normal ni de la oferta más elemental, ruge ese pánico al compás de las tripas y en lugar de aguantarse, ahorrar las pocas reservas como las ardillas, se acaba con todo de una sentada, responde: “El cuento corto es ansiedad. El largo es vacío existencial y sustitución del afecto por comida”.

Aunque, según Karina, el venezolano jamás se decidirá por ayunos místicos o ayurvédicos por ser “el pueblo de la hallaca, que es una exageración de trabajo y de sabor; es un pueblo gastronómicamente exagerado, sensual, fiestero”. Otra psicólogo consultada, Maribel García, venezolana y radicada en Bilbao, ofrece otra opinión: “no es una situación de ansiedad transitoria, es un cuadro peor, es la lucha de Eros y Tanatos, no tengo dinero, sé que no puedo conseguir medianamente lo que necesito y me voy dejando; el aparato psíquico se pone en modo ‘tengo que no necesitar nada’, que no es sino el estado de nirvana hindú”.

Por ahora, el mango embriaga este inédito nirvana criollo durante la temporada.

Publicado en El Estimulo: http://elestimulo.com/climax/aguantar-la-pela-de-la-dieta-de-maduro/
 
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